“IKV: El regreso de lo inolvidable en el Festival Cordillera»

“IKV: El regreso de lo inolvidable en el Festival Cordillera»

Después de ocho años de silencio, Illya Kuryaki & The Valderramas volvieron a subir a un gran escenario y lo hicieron con la fuerza de quienes nunca se fueron, como si el tiempo hubiese estado aguardando su regreso sin atreverse a tocarles. Fue en el Festival Cordillera donde se dio ese encuentro largamente esperado, y lo que sucedió allí trascendió el formato de concierto para convertirse en un acto de comunión: la memoria y el presente bailando juntos, las generaciones cruzando miradas cómplices, los corazones latiendo al ritmo de un legado que no entiende de fechas ni de despedidas.

Desde los primeros compases, la multitud respondió como quien vuelve a respirar después de años bajo el agua. Sonaron los acordes de “Abarajame” y la explanada entera pareció encenderse: era imposible no ver las sonrisas abiertas, los abrazos, los ojos brillando con lágrimas que nadie ocultaba. Aquellas letras, grabadas en la piel de toda una generación, despertaron recuerdos adormecidos: tardes de juventud, calles que olían a libertad, noches en las que IKV enseñó que la música podía ser funk, poesía, deseo y rebeldía al mismo tiempo. Cada canción era una postal que volvía a colorearse, un pedazo de historia personal compartida.

La banda desplegó su repertorio con la elegancia de quienes dominan su lenguaje hasta el mínimo matiz. De Chaco, Versus, Leche y otras etapas surgieron temas que el público recibió como quien reconoce un viejo amuleto en el bolsillo. Los arreglos eran precisos, el groove seguía intacto, y la química entre Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur permanecía como aquel fuego original que nunca se apagó. Hubo momentos de éxtasis colectivo, cuerpos saltando, voces unidas en coro; y también instantes de quietud, cuando la multitud escuchaba en silencio, dejando que cada frase se instalara en el pecho con la calma de lo inevitable.

Lo que ocurrió esa noche fue más que un regreso: fue una demostración de que IKV no es solo una banda que marcó los años noventa y dos mil, sino un bien inmaterial, inamovible y profundamente necesario para el rock latino. Son parte del ADN cultural de esta región, un espejo que refleja lo que fuimos y lo que todavía aspiramos a ser. Su música no pertenece al pasado, porque nunca ha dejado de ser contemporánea. No están sujetos a modas ni al algoritmo: están en la memoria, en la sangre, en cada artista nuevo que bebe sin saberlo de la fuente que ellos abrieron.

Y mientras los aplausos finales se extendían como un rugido interminable, era imposible no pensar en lo que vendrá. Porque este retorno no puede ser un punto aislado, ni una aparición fugaz para contentar la nostalgia. Esto debe ser el inicio de algo mayor, la antesala de una gira en 2026 que los lleve por toda Latinoamérica, reencontrándose con quienes nunca dejaron de esperarlos y presentándose ante quienes apenas ahora descubren su fuerza. IKV no debería irse nunca, porque su presencia sostiene parte de lo que somos. Son memoria viva, pero también posibilidad futura: una llama que, cada vez que prende, nos recuerda por qué la música importa.

Fotos: Julián Pinzón